¿Manifiestos o nuevo “relato”?

Por Guillermo Cifuentes

“El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque solo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces, podemos cambiarlo”. James Baldwin

No estamos pensando en técnicas de marketing cuando proponemos la necesidad de un nuevo relato, se trata simplemente de darle sentido y comunicar apropiadamente un proyecto político democrático, hay que cambiar el cuento, eso resulta evidente y es imposible ignorar de que manera lo ha puesto en primer plano la marcha verde.

Nada de lo que ocurre es posible explicarlo, mucho menos superarlo positivamente, si se sigue recurriendo a las descripciones hasta ahora tomadas en cuenta, esos pasos conducen todos al padre de la democracia que no es más que una pesada ancla que evita y ha evitado el progreso político.

La coyuntura ha parido los “manifiestos”, que a diferencia del relato que suplicamos, son una manifestación de intenciones o peor todavía de deseos, que hasta los firmantes saben imposibles. No creo que lo urgente sean más manifiestos, pienso en cambio que hace falta un nuevo relato construido a partir de la experiencia y movilización del movimiento social que en unos pocos meses ha aprendido lo que toda persona con alguna experiencia política sabe: mientras más estratégico es el cambio que se propone, más difícil es conseguirlo y actuar de acuerdo con ese aprendizaje no puede significar renunciar al cambio, solo significa ordenar prioridades en función de seguir creciendo, no llevarse de los y las que quieren resultados rápidos, esa es la más vulgar de las trampas.

En este proceso de construcción es evidente, está a la vista de todos, que comienzan a surgir temas que no se habían considerado importantes, aparece como argumento la transición y eso obliga a una reflexión. Las teorías sobre la transición a regímenes democráticos, pienso en O’Donell, por ejemplo, siempre consideraron de alguna manera “el retorno” a la democracia, puesto que los países que pasaban por esos procesos habían vivido largos períodos de vigencia de la democracia y aun cuando sea un tema mucho más polémico, estaban presentes dirigentes políticos que habían hecho experiencia en la vida democrática. En cambio, y esto tal vez debería ser motivo de una discusión mayor, República Dominicana, no tuvo esas reservas a las que recurrir, por eso el 1978 – 1986 no fue más que una transición de Balaguer a Balaguer y equipados como estamos hoy con lentes verdes el avance no parece haber sido decisivo.

Hay un sector político que ha sido imprescindible en las recuperación de la democracia en los países más institucionalizados de América Latina, la izquierda. En República Dominicana, verla en torno a la marcha verde, viejos y nuevos dirigentes haciendo un aprendizaje que no pueden ocultar, es también motivo de optimismo, de esperanza. Aparecen recuperando todo un tiempo en que la formidable derrota provocada por el neoliberalismo que transformó a las compañeras en “expertas en género” y a los compañeros en ejecutivos de ONGs, unidos en la lucha por identificar fuentes de financiamiento y acabando con la política que les recordaba con incomodidad su pasado reciente, se los ve ahora en las calles repletas de gente, del pueblo al que olvidaron muchas veces para hacerlo cliente en algún proyecto o para ponerlo en la fila de alguna aspiración electoral que no buscaba más que cambiar a los beneficiarios de la impunidad.

En la lucha social se está haciendo hoy, el aprendizaje decisivo para ganar en el terreno de la convicción, para hacer política transformadora con mayorías democráticas y allí está también la necesidad de una nueva visión que hay que transmitir.

No estará demás revisar alguna experiencia exitosa, para evitar seguir repitiendo experiencias fallidas aun en contextos más auspiciosos. Sería muy útil tener un “modelo” del éxito de alguna experiencia de “contrapoder” de manera de ponerla a prueba, sin las nostalgias de la Comuna de París o de “todo el poder a los soviet de obreros y campesinos”, especialmente cuando la debilidad, la gran ausencia es la falta de alternativa política que difícilmente se alcance a resolver antes del 2020, y aquí hay otro timo, denunciado por la propia vanguardia cuando piden “unidad de la oposición”, eso es seguir tratando de pillarse la cola para confundir y terminar apoyando al PRD (en notable proceso de unificación) y al reformismo (en notable proceso de fragmentación) y que en términos prácticos significa el abandono de la principal reivindicación del movimiento social: El fin de la impunidad.

Los manifiestos que se han publicado no son en realidad una nueva ficción, poner al PLD como el motivo de todo esto es ingenuo, superficial y seguro, interesado. Esa afirmación junto con la idea de la “recuperación de la democracia” indica que no hay asomo de nuevo relato, si éste se inspirara en la movilización social de los verdes cuya bandera es el “fin de la impunidad”, que cuestiona profundamente el sistema político y no solo la responsabilidad de los partidos tradicionales.

La idea de la refundación democrática es equivocada, tendrían que explicar cual democracia es la que van a refundar, dejemos fuera a Trujillo, ¿es la democracia de los doce años?, ¿la de un presidente suicida y de otro que terminó preso?, ¿la de los diez años? ¿O la financiada por Odebrecht desde el 2002?. Deben decirlo para que su intención sea transparente y la adhesión al padre de la democracia y a todos los demás, sea militante.

Ahí también es donde se hace evidente la necesidad de un nuevo relato construido desde el fin de la impunidad, luego sabrán de lo inútil que es andar pidiendo renuncias y no podrán sorprender a nadie cuando con el cuento de siempre aparezcan de candidatos de los que han sustentado y se han beneficiado de la impunidad.

Revisen toneladas de artículos de opinión, kilómetros de palabras y verán como, disciplinadamente siempre, siempre, la idea ha sido impedir el desarrollo de alternativas políticas democráticas. Las dictaduras dejan su impronta también en un tipo de crítica que llena de adjetivos fuertes están siempre dedicados a “los chiquitos”, por allí también se cuelan los oportunistas que prefieren la ocasión de corto plazo para perder. Hace años anoté en esta columna que con tal razonamiento debían ficharse en el PLD, pues allí se gana.

Repito la cita de David Álvarez Martin, usada la semana pasada “Carecemos de democracia, construirla es la tarea más importante en el momento presente…”, en esa tarea deberá nacer el relato, el que le de sentido al fenómeno social y político más interesante de este tiempo en la República Dominicana.

Lo verde también ha reposicionado la política. Una parte importante de la población movilizada es sin duda un terreno fértil para explicar el proyecto democrático, para que se desarrollen nuevos liderazgos en el campo social y político.

No puede tratarse de transformar la Marcha verde en un verdadero árbol de Navidad al que se le cuelgan todas las reivindicaciones reales o imaginarias, la fuerza de la Marcha Verde está en su reivindicación del Fin de la impunidad, que es suficientemente amplia, convocante y unificadora como para “descomponerla” en solicitudes incomprensibles.

La política debe hacerse en la sociedad, en el pueblo organizado, en acumular fuerza política y electoral, que permita en los próximos años un proyecto democrático, un Estado de derechos. La política democrática no puede consistir en conseguir el control de la Marcha Verde, en el gustito de un minuto en la tele. Eso no se llama política, ni se llama democracia, tiene otro nombre.

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