Dime quién te asesora y te diré…

Por Guillermo Cifuentes

“Qué difícil se me hace, cargar todo este equipaje, se hace dura una subida al caminar. Esta realidad tirana que se ríe a carcajadas, porque espera que me canse de buscar”. Llegado a la isla por culpa del pecado. Fue columnista del diario “La Discusión” de Chillán, (Chile). Guillermo Cifuentes

“Igual que los psicoanalistas ayudan a la gente a tener sexo sin culpa, los profesionales del marketing político ayudamos a que a la gente le guste la política sin pesares”, Joao Santana

A juzgar por los interesantes temas que se le agregan periódicamente, la Ciencia Política dominicana tiene un futuro promisorio.  El atraso, sin embargo, se mantiene por la falta de cientistas políticos. El fenómeno de las asesorías, con seguridad será ignorado por politólogos, doctores y doctoras, opinólogos y opinólogas, vaya uno a saber las razones.

El último destape es el que tiene lugar en Brasil. Como en ese país sudamericano, gracias a Dios, los fiscales son brasileños y los policías también, habrá que esperar para saber si en el famoso caso se han cometido delitos. Aquí no hay mucho que esperar pues la autoridad judicial dijo con seguridad absoluta que sus clientes de la oficina de abogados nunca solicitaron trámite alguno. Si algún pariente tiene una botella en el Estado, es culpa del Estado.

Hay otros temas como la modalidad y fuente del financiamiento de los asesores, como los escrúpulos (“ausencia de conciencia sobre si algo es bueno o se debe hacer desde un punto de vista moral”) en la relación asesor-asesorado pendientes de ser abordados sin dudas escapan a la indagación judicial y que permiten y hasta obligan a los ciudadanos. En palabras de Carlos Peña: “No se trata entonces de que los ciudadanos se erijan en jueces ni de hacer moralina. Se trata simplemente de reclamar lo que se pudiera llamar rectitud, rectitud política”.

También quedará pendiente de conocerse la influencia del asesor brasileño en sucesos políticos e institucionales, en un ámbito donde todavía es irrelevante saber si se cometieron delitos. No hay que olvidar, entre otros, el tinglado de la reforma constitucional del 2015. ¿Se acuerdan del debate constitucional, incluyendo las charlas a legisladores, las entrevistas televisivas de los expertos o de los artículos de opinión? Razones no faltan para sospechar que esas iniciativas no nacieron de estudios doctorales sino del tubo de ensayo del asesor hoy detenido por la justicia brasileña. La historia dirá, pues la historia siempre dice.

Pensando en esos y otros motivos para detenerse en el tema de los asesores y de la relación con sus asesorados, me quedé, como Benedetti “…sencillamente pasmado” cuando vi en la televisión a un dirigente de la izquierda -sin proyecto personal o del otro- celebrar la llegada de Rudolph Giuliani. Ese sí es un monumento a la resignación. La criminalización de la pobreza y la violencia policial les queda mejor  a los nostálgicos de la “banda colorá”.

Que Dios no agarre confesados. No hay certeza de que la baja de la criminalidad (homicidios y asaltos) se la debe Nueva York a la “Tolerancia Cero”. Numerosos estudios indican que tal baja pudo deberse a cambios en el mercado de las drogas (crac), cambios demográficos y a algunas políticas del gobierno de Clinton.

De lo que sí hay evidencia es de que la creación de la Unidad de Lucha contra los Crímenes de la Calle provocó un “aumento significativo de los encarcelados por delitos menores, abriendo un espacio al racismo y a la brutalidad policial: en dos años, más de 45.000 personas fueron arrestadas como sospechosas, sin motivo justificable en 37.000 casos. Otros 4.000 casos fueron archivados por falta de pruebas.” Como se puede ver… un éxito.

Giuliani defendió en 1982 la repatriación de refugiados haitianos por razones políticas (muchos de ellos habían sido torturados), afirmando que el gobierno “amistoso” de Jean Claude Duvalier no reprimía. Si se trata de sumar éxitos, su asesoría a Ciudad de México fracasó. Tampoco le fue bien en otros países y lo que debe ser preocupación central de toda persona civilizada es que en Nueva York se creó un Estado policial penal en que rigió la brutalidad con la que se realizaban las detenciones. “Lo fue el asesinato, en 1999, del inmigrante africano Amadou Diallo, de 22 años, muerto con 42 tiros, por integrantes de esa unidad policial, generando una serie de protestas contra la política del alcalde Giuliani. Protestas que, a su vez, fueron tratadas como casos policiales y reprimidas. El caso Diallo no era el primer ejemplo de brutalidad policial: en 1998, el inmigrante haitiano Abner Louima había sido sometido a tortura con toques sexuales y escatológicos en una delegación de Brooklyn”.

He escrito antes acerca de los Derechos Humanos y del deber del Estado –y de la policía- de protegerlos, sobre este tema espero que habrá suficientes voces de denuncia y también de mayores estudios que la soporten. Es la hora de la Comisión de Derechos Humanos, de sociólogos urbanos, de politólogos, de políticos y políticas democráticos, de hombres y mujeres de buena voluntad (aunque no sean creyentes), que harán pública aunque sea su molestia en un ambiente político en que un porcentaje todavía indeterminado de ciudadanos y ciudadanas está haciendo lo que no quiere y diciendo lo que no cree.

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