El huevo de la serpiente

Por Manuel Núñez

«Y vas a ver lo que es canela fina y armar la tremolina cuando llegues a Madrid». Agustín Lara

Morir asesinado se convierte en una curiosidad antropológica, cuando se muere por obra de un matarife haitiano. Así los crímenes horrendos que padecemos con resignación encuentran explicaciones y argumentos que justifican la barbarie. En nombre del sufrimiento de ese pueblo se procede a la anulación de nuestros propios derechos. La inercia, la pereza mental  presenta al dominicano como responsable  de esa tragedia.

En esos razonamientos retorcidos, se pone de manifiesto la estrategia colectiva que han asumido las ONG, los haitianos y sus aliados de los medios de comunicación, que presentan las muertes de los dominicanos a manos de estas hordas como un acto de justicia. Como si al entregarse a este ejercicio infame terminaran santificando el asesinato.

De todas esas operaciones letales, la decapitación  se presenta como un espectáculo digno de las pláticas y disertaciones de los sociólogos y antropólogos de la Universidad, y no como una práctica que debemos enfrentar,  como se combate las siete plagas de Egipto.

El  propósito de los enemigos de nuestra libertad  es caricaturizar siempre a la víctima, y conmoverse del verdugo. El Viernes Santo del 2009, en el polo turístico de Bávaro, el haitiano Thernudor Thaemiluc cercenó la cabeza de El Pollón, para llevar a cabo un rito de brujería. La cabeza cortada del dominicano nos lleva a la reflexión, planteada por no pocos comunicadores, de saber si resulta posible que so pretexto de respetar la cultura del vecino, no condenemos este crimen absolutamente repugnante.  

Ese mismo espectáculo grotesco se reproduce entre los propios haitianos. En Mao, en el otro extremo del país, un grupo de cinco haitianos, conocidos como Otee, Cosnelli, Yan, Lelee, mataron al haitiano Dolville, en la Colina de Pueblo Nuevo. Desde luego, el hecho de que estas prácticas no sean aplicadas exclusivamente a los dominicanos no la justifica ni le hurta un ápice del dramatismo. En mayo de ese año emblemático, a Pascual de León Lara le arrancaron la cabeza. El hecho ni siquiera provocó la indignación de los periodistas, ni de las ONG ni de los grupos de la Iglesia que promueven la colonización y la expansión haitiana en el país.

En Buenos Aires de Herrera se produjo la muerte de un maestro constructor por parte de un trabajador haitiano, cuyo móvil fue el robo. El matarife puso los pies en polvorosa. Los familiares del dominicano, en venganza, le amputaron la cabeza a otro haitiano, hermano al parecer, del asesino. Se trataba de Carlos Nerilus. La foto de la cabeza cercenada del haitiano recorrió todas las redacciones del mundo. Inspiró grandes manifestaciones de los haitianos de la diáspora. Produjo airadas notas diplomáticas de la Cancillería haitiana, que, además, llamó a consulta a su embajador, al señor Fritz Cineas, siempre dispuesto a las mayores extravagancias y dislates…

En pocos días, la muerte de Nerilus fue empleada para culpar a todo un país. Las  protestas  y los aspavientos posteriores del Presidente Preval convirtieron  el hecho en un conflicto que tuvo que ser zanjado por  la diplomacia internacional. Todas las asociaciones y organizaciones de la sociedad civil que habían callado ante la muerte de Pascual de León, ahora condenaban a la República Dominicana, por la cabeza cercenada  de Carlos Nerilus.

El responsable de esa muerte espantosa, se entregó a las autoridades, y se le aplicó una justicia ejemplar. Pero el asesino de Pascual de León Lara, su pariente, ha quedado impune. No se hizo ningún esfuerzo por hacerle justicia a los familiares de la víctima dominicana.

Al parecer, la miseria que padecen los haitianos, les da derecho a asesinarnos, sin que tengan que pagar por sus crímenes.  Así,  el dominicano decapitado en Herrera, no apareció ni siquiera en las crónicas periodísticas. No suscitó editoriales en los grandes periódicos y todo quedó en penumbras.  

Y lo propio ha ocurrido con otros tantos dominicanos decapitados en Punta Cana, en Santiago, en La Vega. Si somos  sensible por igual a todas las tragedias humanas; si no practicamos una indignación selectiva, la imagen de Carlos Nerilus no puede anular, tal como nos fue presentada, la conmoción que nos produjo la muerte del hacendado José Dolores de los Santos, en Valverde Mao. Su cabeza decapitada por dos peones de su finca sumió en la desesperanza a los cinco hijos que dejó en la orfandad, sin que hasta ahora nadie ni los políticos ni los comunicadores hayan sido estremecidos por esa catástrofe.

En orilla del río Arcahuie, a diez kilómetros de Puerto Príncipe, apareció  asesinado y desvalijado el cadáver del ingeniero Domingo Marmolejos (11/4/15). Se trata de un crimen  acaso explicable, en un país donde poco vale la vida; pero no deja de ser por ello un crimen abominable. En Saladillo, Barahona, en mayo de este año, un haitiano decapitó a otro haitiano, sin móvil aparente, y desapareció. En Esperanza, Leoncio González fue decapitado por el haitiano José Michel (7/12/11); en Villa Vásquez, el haitiano Ey Pie decapitó al menor Carlos Julio de trece años de edad.

En todas estas prácticas monstruosas se echa de ver un dejo de placer por parte de sus autores.  En agosto del 2013, un haitiano descabezó a otro en La Vega, y el hecho pavoroso fue colocado en youtube.  La escena macabra representa  a un hombre destazado como un cerdo, sin cabeza, como si se tratara de una escultura. Pero de estas amputaciones se pasó  a crímenes más espectaculares . En Sosúa, un haitiano mató a su patrón, un alemán de sesenta años Rakf Enrich Manfred Kobesch (19/8/13) y lo embaló en un tanque plástico.

Igual suerte corrió en Montellano, el hacendado italiano Francesco Maniscalco, descuartizado por Panansa y Elías (9/1/15), por  dos trabajadores haitianos, tras una discusión por problemas laborales. Para todos esos crímenes, se han barajado una montaña de circunstancias atenuantes; causas de orden psicológico; mala situación económica; la mayoría de las víctimas fueron completamente desvalijadas; móvil religioso.

Todas esas explicaciones fraguadas para hallarle coartadas al crimen, no pueden inventarle justificación, a la más brutal de la decapitaciones; la de un niño de nueve años, acaecida en San Cristóbal, a manos del haitiano Manuel Bastien. Según las investigaciones policiales, el matarife confeso que la madre del niño le había vendido su alma al diablo, por lo que decidió vengarse matando al niño y descuartizando el cadáver. La descripción de la escena pavorosa que hizo la médico legista,  Bélgica Nivar, son verdaderamente conmovedoras.

Pero si inquietante resulta el relato de la autopsia de un niño de nueve años, no lo es menos el relato de Rosa Elisabeth Cruz, quien hizo sus declaraciones durante una manifestación en Nueva York (17/7/15) quien pidió a los reporteros que le colocaran la bandera dominicana para salir con la cobertura del símbolo patrio. Comienza su declaración de este modo:

“a mi cuñado, los haitianos lo mataron cruelmente a cinco casas de la vivienda de su mamá, la que todavía no lo sabe, porque sufre del Mal de Alzheimer”. Le desbarataron la cabeza, lo amarraron y le sacaron los ojos, dejaron el cadáver en una situación que no pudimos velarlo y tuvimos que enterrarlo inmediatamente”.

“Este no es sólo un caso que nos tocó a nosotros; hay muchas más familias en la República Dominicana a las que los haitianos que van allá a matar, las han dejado sin parientes”.

Todos estos dramas nos trasunta la idea de que nos hallamos en una atmósfera de inseguridad, vinculada a esta inmigración. Se ha revelado que la Policía Nacional busca a más de 1000 delincuentes haitianos escapados de las cárceles de aquel país, tras el terremoto del 2010 ( DL, 18/11/13). La población carcelaria haitiana que se halla en estado de fuga asciende a 3500 delincuentes.

¿Tenemos derecho a protegernos de esas circunstancias verdaderamente preocupantes?

Nos hallamos ante la desintegración del Estado de derecho. Si las autoridades ejercen un control de identidad se exponen a los ataques de los ilegales y  a ser  tildadas  de racismo por parte de las ONG que viven  de esta colonización.  El propio Gobierno se ha prohibido  a sí mismo la facultad de deportar a los ilegales. Toda esta circunstancia, ha hecho que se le ha dado un  salvoconducto para quebrantar la ley y el orden con toda impunidad. Así, los asesinatos, las violaciones, los secuestros, los robos a turistas  y toda la inseguridad  que padecemos por la presencia absolutamente masiva de esta población, no ha generado ninguna reacción para proteger a nuestra sociedad.

Todo esa calamidad merece ser perseguida y contenida. Pero, al parecer, la pobreza, su pasado de esclavos,  el chantaje, son una patente de corso para destruir la paz de los dominicanos; y anular su porvenir. Son varios los factores que demuestran  el retroceso  institucional y moral en que hemos naufragado.

La pérdida de control de esta población por parte de la autoridad. La rebelión de haitianos contra la Policía en el barrio 27 de febrero (Listín Diario, 21/9/14) despeja todas las dudas: tomaron las calles; vertieron basuras; dispararon a la autoridad e hirieron a tres periodistas. Durante el levantamiento del cadáver de un haitiano. Los haitianos se sublevaron y se hizo imposible aplicar las indagaciones legales, al punto de que el médico legisla para salvar su vida, y no ser linchado tuvo que sacar su arma de fuego y disparar al aire.

En la frontera algunos titulares ilustran del irrespeto al Estado y a la autoridad dominicana: “ secuestran siete patanistas dominicanos” (27/11/14), “Haitianos secuestran 27 patanas y obligan a choferes a cruzar rápidamente a territorio dominicano” (5/3/15), “Haitianos secuestran a un menor dominicano de 13 años” (El Caribe); “Rescatan niña de 6 años que fue secuestrada por un haitiano” (Listín Diario, 16/12/11).

Exportación del caos haitiano y de la inestabilidad a nuestro territorio. En Pedernales, un grupo de haitianos penetró en la ciudad, agredió a los custodios del cuartel, y se fugaron con todos los fusiles y armas que había en la dotación. A comienzos del año, otro grupo de haitianos secuestraron a 3 soldados y a 6 empleados del consulado, y nos obligaron a negociar la prisión de 3 pescadores haitiano que habían depredado los caladeros de peces en aguas dominicanas.  Poco después en el mes de mayo se produjo la salvaje irrupción en el consulado dominicano en Puerto Príncipe de grupos de manifestantes, que remataron la faena incendiando la bandera dominicana, tras una espectacular manifestación de odio patrocinada por el Primer Ministro haitiano Evans Paul.

La impotencia del Gobierno para hacer cumplir la ley y repatriar a los haitianos que se hallan indebidamente en el país. Y, luego, nos tropezamos con la desaparición de la autoridad: los haitianos pueden dedicarse sin tener ningún documento, tal como acaece con los taxistas del concho, que operan la Máximo Gómez sin tener licencia de conducir ni papeles de ninguna clase y sin estar autorizado para ejercer esa actividad, y desde luego, sin que las autoridades de la AMET puedan tomar cartas en el asunto; se sublevan con soberbia y arman gresca cuando se emprende actividades de control por parte de las autoridades de Migración; hace unos atacaron brutalmente con tiros y piedras a una pequeña cuadrilla de inspectores de la Dirección de Migración en la prolongación 27 de febrero; los responsables de esos ataques; todos extranjeros ilegales, ya se hallan libertados por obra de los abogados de las ONG, de la Iglesia de los jesuitas y por la indolencia de la autoridad judicial.

La traición al deber moral de defender el país se ha enseñoreado del mando político. Si la autoridad ha fracasado en el control del espacio territorial, si no logra hacer cumplir la ley burlada olímpicamente por los ilegales, si  sus tareas resultan insuficientes para defender el territorio de la depredación brutal a que lo someten las poblaciones que penetran para carbonizar sus bosques, en muy poco tiempo , nuestra  sociedad colapsara completamente.

Desde hace años el CESFRONT captura cientos de sacos de carbón,  la prueba elocuente y aterradora, de la destrucción del territorio nacional. Para contrarrestar esa catástrofe, se  han echado al vuelo los drones, para penetrar en la espesura de nuestros bosques. Desde la implantación de estos mecanismos hace apenas algunos meses, se han incautado 1700 sacos de carbón. Con poquísimos recursos, con apenas unos 12 guardias forestales, en esa frontera olvidada, hemos contado con dominicanos, leales a la nación, que han muerto defendiendo el bosque, plataforma  de la supervivencia.

Tal el caso de Eligio Eloy Vargas, linchado por una cuadrilla de haitianos depredadores. En la batalla contra la tala de bosques en la Sierra del Bahoruco hay muchos héroes anónimos, muchos soldados desconocidos, como Juanico Ramírez, que el 12 de enero de este año, en una ronda de vigilancia fue asesinado en Puerto Escondido, descuartizado y decapitado. Hemos vivido demasiado tiempo  desconectados de la realidad, empollando el huevo de la serpiente.

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