El refajo y el voto voluntario (2 de 2)

Por Guillermo Cifuentes

“En Australia y otros países el voto es obligatorio (…). Sería transformador si todo el mundo votara, eso contrarrestaría (la influencia de) el dinero más que ninguna otra cosa”. Barack Obama

Barack Obama puso en la agenda internacional el tema de la obligatoriedad del voto en el año 2015, en una intervención de la que tomamos la cita que inicia este artículo y que provocó varios titulares en todo el mundo que decían: “Obama abre un debate sobre si el voto debería ser obligatorio en EEUU”. Las primeras y más agresivas opiniones contradiciendo lo insinuado por Obama vinieron del senador republicano Marcos Rubio, muy conocido por aquí.

Para evitar confusiones entiendo necesario dejar establecidas tres premisas: 1) la voluntariedad del voto no explica completamente la abstención electoral, pero es indiscutible que la aumenta; 2) la explicación de las conductas abstencionistas no está entre las preferencias de los cientistas políticos y 3) en este tema aparece como muy importante tener presente aquello de que la política responde SIEMPRE a intereses y una u otra alternativa respecto del sufragio no escapa a esa afirmación.

En el caso de Obama es evidente que el Partido Demócrata, se beneficiaría con el voto obligatorio pues como el ex mandatario lo expuso “sería transformador si todo el mundo votara” dado que los nuevos votantes en Estados Unidos, serían jóvenes, minorías, mujeres solteras que son parte de la población que se abstiene. Dicho esto, vale la pena asumir la tarea de visibilizar los intereses que hay detrás de quienes defienden el voto voluntario y, por qué no, también de quienes defienden la ‘obligatoriedad’ del “derecho a la abstención”.

Es imperativo, aunque parezca repetitivo, insistir en que esta discusión se da en un contexto de dominación de un sistema político neoliberal que aboga por la privatización de todo y de todos. En definitiva, estamos en el apogeo de un sistema que prioriza la valoración de lo privado por sobre lo público y hasta diría más: sin dudas su gran paradigma es privatizar la vida social y política.

Alan Greenspan, a propósito de la crisis de 2008, debió confesar sus dudas acerca del éxito del sistema neoliberal en lo económico: “Sí, he encontrado un defecto en la ideología del libre mercado. No sé cuán significativo o profundo es. Pero he estado muy angustiado por esto”. Para decirlo en palabras de David Harvey, el criterio de la eficacia neoliberal ha terminado siendo socialismo para los ricos y libre mercado para los pobres. Por añadidura Saramago, con su “Ensayo sobre la lucidez”, nos ayuda a concluir que si aplicamos a la política y a la democracia el criterio de la eficacia (“Capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera” RAE) nos irá mejor si en la toma de decisiones participan quienes tienen el deber de hacerlo, ejerciendo al menos el derecho y el deber de sufragar.

Aclara Fernando Atria, constitucionalista y profesor de la Universidad de Chile que “cuando se defiende el voto voluntario nadie está pensando en proteger la opinión de los críticos del sistema que desean provocar su colapso, sino en el caso del tipo que pura y simplemente no tiene ganas de votar porque ese día hace mucho calor, etc. Y ése es un tipo que quiere vivir en una democracia pero que no está dispuesto a hacer lo necesario para sostenerla. El aprovechador es el que quiere que haya límite de velocidad en la calle para andar seguro, pero no quiere que se lo apliquen a él. Es evidente que al aprovechador hay que obligarlo a cumplir. Y es también evidente que la coacción para evitar el free-rider no es una limitación de la libertad, sino una condición de posibilidad de la libertad”.

Si ‘aplatanamos’ esta opinión llegamos directamente a recordar ese poema que fue el “Voto por ninguno” ¿Se acuerdan? No sobra recordarlo ahora, cuando ya está bien claro que sus protagonistas descubrieron por quien votar tratando de no delatarse.

Pero hay más todavía. Jorge Escalante, en un artículo que según me cuentan ha estado de lo más popular en las redes sociales dominicanas, nos deja instalados importantes criterios que no deberíamos ignorar. Escalante, un periodista especializado en Derechos Humanos y Justicia, comienza su defensa del voto obligatorio preguntándose si el derecho al sufragio no será uno de esos derechos a los que se puede renunciar “sin dañar a otros y, especialmente, sin dañar al bien superior de una democracia que resuelve materias fundamentales consultando a la ciudadanía”. Y remata concluyendo que:

 “Cuando el voto es voluntario, con grandes niveles de abstención, las minorías se convierten en tiranías de esas mayorías silenciosas, desencantadas o simplemente indiferentes respecto de los destinos de un país”.

Y que no se equivoquen los profetas del miedo a la participación electoral agazapados en la “subjetividad neoliberal” (Laval y Dardot) para darles amparo y justificar a las “mayorías silenciosas, desencantadas o simplemente indiferentes” de Jorge Escalante o a los “aprovechadores” de Fernando Atria; los griegos los conocieron mucho antes que nosotros y el nombre que recibían los que evitaban el ágora y sus deliberaciones fue el de idiotas.

En República Dominicana, la abstención electoral tiene características casi exclusivas: los que no votan son los sectores con más estudios formales, más interconectados, etc. La abstención menor se registra en las provincias donde la pobreza es mayor lo que delata el carácter clientelar, patrimonialista y rentista del Estado a lo que se suma un sistema electoral casi sin regulación.

Quienes de verdad crean en la democracia como resultado de la acción colectiva pueden sin temor apostar al sufragio obligatorio y al voto directo según manda la Constitución. No hace falta recurrir a los augures para poder afirmar que si la incorporación del voto electrónico es posible, este país será otro después de las próximas elecciones.

Pero ya dijimos que la política es cuestión de intereses por lo que los “vendedores de ideas de segunda mano” y sus “think tanks” serán los primeros en hacer gárgaras con la “libertad individual”. Y es que el cabildeo y la faena de los poderes fácticos se hace más fácil cuando la abstención es mayor y resultan gobiernos y parlamentos “de minorías”.

A estas alturas no hay ninguna razón para ocultar que sobre este tema opera una presión generosamente financiada por gobiernos extranjeros que hicieron del descrédito a la política y a los políticos, el primero de sus objetivos específicos en cada uno de sus proyectos de recolección de dinero para evitar la construcción democrática.

Ya se los ve rebosantes de ideología defendiendo sus únicos intereses: la propiedad privada, el lucro como única razón para la acción, los derechos “a la carta”, los consensos paniaguados y la libertad individual, ésa que les impide la felicidad de emprender con otros, plurales y distintos, la construcción de un mejor país.

cifuentes.guillermo@gmail.com

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