Crónica de una crónica (2 de 2)

MI VOZ ESCRITA, Por Jorge Herrera

En la primera parte de esta crónica, revelé la fuente de la información que da cuenta de la que puede haber sido la última entrevista que concediera el Generalísimo Rafael Trujillo, en tanto se produjo a días del vil asesinato que se materializó en su contra.

Luego de algunas disquisiciones necesarias para justificar por qué no lo hice antes, resulta que quedó implícita la razón de la omisión del nombre del General de Brigada (R), PN, que me suministró el dato. Al respecto, se me ocurre que con sólo recordar al doctor Manuel Arturo Peña Batlle cuando calificó de insólito a éste país, basta, y algo más.

No es ocioso recordar también que, aunque en un contexto diferente, el eximio Poeta Nacional, Pedro Mir, en la trova de antología universal Hay un País en el Mundo, dice que “este país no merece el nombre de país, sino de tumba”…

Pareciera que el oscurantismo que campeó en esta nación cuando la “Era era Era”, como solía decir el combativo periodista francomacorisano Ramón Alberto (El chino) Ferreras, permeó la psique de los dominicanos.

Ya al final de la primera entrega apunté que a contrapelo de sus detractores, el perínclito de San Cristóbal conocía este terruño y a su gente, como conocer al cojo sentado y al ciego durmiendo. ¡Ni más ni menos!

Partiendo de esa premisa y de la inteligencia natural del Jefe, condición que ni sus más encarnizados enemigos se atreven a cuestionar sin caer en una ridiculez “non plus ultra”, se puede afirmar con énfasis categórico que lo declarado por él a la periodista Cisterna, tiene carácter premonitorio.

Esta es la confesión del Generalísimo Trujillo con plena y envidiable facultad mental:

“Estoy en el ocaso de mi vida, y puedo ofrecer esta profecía. Mañana, cuando yo desaparezca, vendrá inevitablemente el caos. La sangre dominicana correrá a raudales. Volverán los yanquis en misión salvadora o vendrán los comunistas de Castro».

«Después de mí el caos. Después del caos, otro Trujillo. Y no hay más destino para la República Dominicana. Me llaman Dictador, Tirano y otras cosas más. Querría preguntar a mis defactores (sic) si alguno de ellos hubiera sido capaz de efectuar la obra civilizadora que he hecho con el material humano que es el dominicano».

El que se mira en ese espejo y observa la triste realidad que nos arropa, tiene una alternativa: Apostar a que la profecía del Generalísimo se cumple en su totalidad o apelar a la misericordia de Dios

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