Neoliberalismo político y patrimonialismo trujillista vs política democrática

Por Guillermo Cifuentes

“Qué difícil se me hace, cargar todo este equipaje, se hace dura una subida al caminar. Esta realidad tirana que se ríe a carcajadas, porque espera que me canse de buscar.” Llegado a la isla por culpa del pecado. Fue columnista del diario “La Discusión” de Chillán, (Chile). Guillermo Cifuentes

“Guardemos el pesimismo para días mejores”, Frei Betto

En momentos en que algunos de los certeros estarán de retirada y otros están en el gobierno, tengo la impresión de que hay que apurar el paso e intentar poner sobre la mesa tanta incerteza, pues cuando empiecen a reaparecer las encuestas reaparecerán también los inefables llamados a la unidad.

La semana pasada, luego de echarle la chequeadita a la página web del CONEP, quedé pegado en el argumento de los empresarios a principios de mayo respecto a las seguridades que daba la JCE para las pasadas votaciones: 

“Recordamos que la decisión de adoptar un sistema electrónico de conteo fue aprobada por los partidos políticos, decidido a unanimidad por el Pleno de la JCE y resultado de un proceso observado por una comisión de veeduría multisectorial integrada por importantes comunicadores, representantes de la sociedad civil y del sector empresarial.”

La cita sirve para descifrar qué significados tienen los dichos empresariales en función de los objetivos de fortalecimiento institucional que ahora plantean. Además, la cita -sin animosidad alguna con el mundo empresarial o sus organizaciones- es francamente demostrativa de lo que parece que no se quiere. Vale por eso la pena analizar su contenido. De entrada extraña la referencia positiva a un sistema electrónico diferente de lo que la ley establece como modalidad de escrutinio.

También debería llamar a que suenen todas las alarmas el que destaquen la aprobación “a unanimidad” por parte de los partidos y el pleno, pues el hecho de que tan importantes personajes se pusieran de acuerdo en violar la ley, no transforma lo ocurrido en legal ni en institucional.

Por último, la referencia a la “veeduría multisectorial” es definitivamente la cereza del pastel:

¿qué hacen ahí comunicadores, empresarios y REPRESENTANTES de la sociedad civil si ninguno son ni parte de la institucionalidad ni ministros de fe de absolutamente nada? Si lo que se quiere y lo que el país necesita son instituciones, lo primero que hay que eliminar es ese tipo de prácticas que sólo sirven para “emborrachar la perdiz”, como dicen en mi campo. La moraleja de este entuerto debería ser que no hay nada mejor que cumplir la ley (aunque sea de 1997).

Es claro entonces que hay un tema que ya no es posible escabullir y es el de la democracia y en ese marco se puede, aunque no sea lo óptimo, discutir a partir de algunos mínimos, como por ejemplo eliminar las sospechas de fraude en las elecciones. Básico ¿no es verdad? Luego irán cayendo sólitos otros temas y hasta podrá evitarse la pregunta del millón ¿Qué hace un cura en todo esto? y ¿por qué la Iglesia lo permite, cuando la función de los sacerdotes es “pastorear las ovejas, enseñar y santificar”? Pero en fin, esperemos que asuma el Padre Obispo Francisco Ozoria, que debe venir con la película clarita pues fue responsable de la Comisión de laicos del Episcopado y fue además quien nos enseñó cuando dijo que el 15 de mayo no hubo elección sino votación.

A estas alturas del partido importa ir develando como se van conformando los escenarios, los mensajes ideológicos que los sostienen y los intereses que motivan el arrebato democrático de algunos de esos sectores.

Si algo caracteriza al neoliberalismo es su desprecio por la democracia, por el Estado (lo político), por la política y, por supuesto, por los políticos. Friederich Hayek declaró a un periódico chileno el 9 de abril de 1981 “La dictadura puede ser la única esperanza, puede ser la única solución a pesar de todo”. Pero ‘vender’ tal programa no es nada fácil y seguro que hay quienes recuerdan la sentencia de Maquiavelo de que “Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero, destruirlo”.

Esa destrucción recomendada por el florentino no sólo se llevó a cabo eliminando físicamente opositores, “señores políticos”, sindicatos y sindicalistas.  También se llevó a cabo con mucha inteligencia como lo propuso Georges Stigler cuando habló de “capturar la imaginación de las élites decisivas” en forma discreta, a través de fundaciones, centros de estudios, etc.

Y cuando se trata de la opinión pública Hayek identificó como objetivos a los que llamó “vendedores de ideas de segunda mano”: escritores, periodistas, locutores, comunicadores, opinólogos, agitadores y hasta líderes políticos.

Pero como la operación iba en serio, una vez que “nadie” quería dedicarse a la política en las élites, había que caerle al pueblo llano así que para completar la obra llegaron las ONGs: “la aparición de estas organizaciones coincidió con la “apertura de los mercados”. La apertura trae como correlato los llamados ajustes estructurales cuya expresión más clara es la reducción de los recursos públicos en áreas como la educación, el desarrollo rural, la agricultura, la energía, el transporte y la salud pública. El Estado  renuncia a su rol y deja a las ONG’s esas importantes áreas, privatizando determinadas funciones, precarizando servicios esenciales y renunciando al aseguramiento de derechos que se suponen irrenunciables.

Todo con una sencilla receta: se comienzan a financiar iniciativas “en la base” con un fuerte componente ideológico anti estatista para neutralizar los potenciales descontentos y competir, aislar y neutralizar a las organizaciones populares y a los movimientos sociales (la “sociedad civil popular”). “Para la década de los noventa, estas organizaciones, descritas como no gubernamentales, sumaban miles y estaban recibiendo cerca de cuatro mil millones de dólares a escala mundial”. (Del sur, Acento, 3 de septiembre de 2013)

Tenemos, entonces, una nueva doctrina promovida por los “vendedores de ideas de segunda mano” y las ONGs que completan el cuadro ideado para hacer difícil el accionar político. Quien quiera hacer una política cercana a las personas se enfrentará al clientelismo estatal y al de las ONGs, que no resuelven mucho pero dan.

Ahí está, entonces, un importante factor para la política y por supuesto para los “pactos” donde se reclama institucionalidad y se potencia a los poderes fácticos que están, por definición, fuera de la institucionalidad. Se habla y se apoya, o se critica, la propuesta del CONEP.  Si ésta fuera sobre los impuestos progresivos que comenzarán a conocerse después del pacto, ningún problema, pero y… la ley de partidos ¿la discutirá el CONEP con Polétika?. Nadie puede impedirle temas para sus peñas, pero nadie tampoco está obligado a creerles que les importa la institucionalidad. Es de esperar que los dirigentes políticos, todos, no caigan en el gancho de llevar proyectos de ley al CONEP, a la PUCMM o a las ONGs que no estén en el listado de la Cámara de Cuentas, etc. Ahí pierden todos y pierde la política.

La posibilidad de hacer política en el país también está cercada por el Estado patrimonialista trujillista.  Si se habla de una dictadura o de un Estado absolutista nada los describe mejor que el célebre “El Estado soy yo”. Diferente es el caso del Estado patrimonialista, en donde la mejor descripción sería “El Estado es mío” pasando por el “Family business” o por “¿cómo se llama la finca de papá?” El Estado patrimonialista, como se sabe, supone un control absoluto y también una pérdida absoluta del pudor, aunque aquí cada día resulta más creíble que hay pudores que nunca existieron.  Ahí radica el nudo gordiano que deben resolver los y las políticas democráticas. Y dudo que la disyuntiva pueda limitarse a decir que sí o a decir que no. También habrá que encontrar el cómo y el con quién.

Vista esa realidad sí es cierto que “necesitamos una política cercana, limpia, transparente, preocupada por las personas” y con partidos que sean un vínculo efectivo entre la sociedad y el Estado en ese escenario los grandes temas están bastante definidos. Por un lado el Estado patrimonialista trujillista no permite vínculos con la sociedad organizada políticamente o con fines reivindicativos y tampoco le convienen. (Lo de las enfermeras es otra cosa ¿no es cierto?)

En el otro bando se encuentran las ONG’s que cuando la política tiende a polarizarse son la “cara comunitaria del neoliberalismo”.  “Así tenemos que en los hechos las ONG´s se han constituido en una barrera que impide que las demandas de la sociedad lleguen al Estado, son al fin de cuentas un muro de contención del cambio”.  (Del sur, Acento, 3 de septiembre de 2013)

Ese es más o menos el escenario. Sobre estos temas hay muchos estudiosos buscando respuestas y que, como yo, al hablar de neoliberalismo no están hablando de capitalismo o de mercado sino que separan analíticamente la relación imposible de negar entre ambos, porque no son lo mismo.

Si se está pensando en mejorar la política y las instituciones y en construir la democracia dominicana, hacen falta gestos.

Al momento de ir a la línea de partida que se ha estado demandando para el pacto que sea, debe considerarse fundacional el hecho de que en República Dominicana se rompió en forma brutal el único pacto importante, el principal: el acuerdo social y político de vivir en democracia. Ese hecho promovido por la reforma constitucional de 2015 debe ser objeto de una mirada atenta, especialmente por el riesgo evidente de que la situación se repita. Una manifestación clara y de sanción a acciones dolosas, si ocurrieron, sería incluir entre las exigencias que la Procuraduría le de curso a la investigación solicitada por más de una decena de diputados y diputadas hace más de un año cuando ocurrieron los hechos denunciados y que padece el síndrome de las causas justas. Tengo la impresión de que eso ayudaría mucho, de que sería un gesto de una clara manifestación de intenciones, así se avanzaría… o no se avanzaría.

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