Sursum corda

Por Guillermo Cifuentes

Después que el Senado romano -actuando en nombre de un cuestionado comité donde se repartían hasta las ayudas para los damnificados de Pompeya-  nombró a Herodes como rey de los judíos, la situación nunca volvió a ser la misma. A pesar de que la historia política romana nunca profundizó en el estudio de los extraños comportamientos de los senadores que votaron por unanimidad a Herodes, hay archivos que todavía esperan ser desclasificados y en los que estarían las fotocopias de los cheques.

Apenas se informó de su elección, Herodes llamó a sus socios a los que notificó que serían ahora “hombres de Estado” (estadistas) y que se debían afilar las uñas porque les tenía una propuesta rendidora: construirían el Gran Templo de Jerusalén que las generaciones venideras conocerían también como el Templo de Herodes. Uno de los ‘chicos malos’ le preguntó de una vez: “Hero, ¿tú tiene financiamiento?”. Otro de  los ‘chicos malos’ objetó con graves acusaciones a Saqueo “el pequeño”: “No olvides, Herodes, que además de no recoger todo el dinero que ofreció ingresar se gastó una buena parte en pagar consultorías a los opositores”.

Estando en plena negociación para conseguir financiamiento para el Templo con un banco de la lejana provincia de ultramar de Lusitania que pagaba buenas comisiones y enviaba asesores, apareció lo que sería una característica del reinado de Herodes: las hermanas. Por todos lados aparecían y gastaban como si no fueran hermanas.

Primero debió atender a Salomé, su ñaña preferida que cuando entró al palacio antes de saludar preguntó “¿Dónde está lo mío?”. Herodes en forma muy enérgica le respondió:

“Escucha Salomé, en el Templo no te vas a meter, eso ya está entregao a los ‘chicos malos’.  Te quedas con las remodelaciones del banco nacional de Galilea y te ocupas de remodelar la sede central y de decorar las sucursales de Emmaús y Nazareth. Y no insistas con los fondos del 4%, que los supervisores ya están en eso y lo que sobre es para los consultores de las sombrillas moradas”.

Por si los poco entendidos no lo saben, es bueno recordar que el clientelismo tuvo sus ensayos iniciales en Roma, pero lo que sí saben todos y todas es la importancia que en esa conducta política tiene la familia.

El anuncio de los periódicos de que había sido llamado al palacio de Herodes el fariseo de las encuestas, fue la primera señal de que esto comenzaba a provocar preocupaciones. Luego del numerito en que Herodes les enmendó la plana a los maestros de la ley declarando innecesario el conocimiento de las normas legales para poder gozar tranquilos del poder, se observaba una permanente baja de popularidad y un aumento de la fortuna familiar imposible de ocultar a pesar de la avanzada construcción del templo y del aumento de la deuda.

El pobre fariseo de las encuestas llegó muy disminuido, el asesor lusitano estaba preso y el primer ministro lo había calentado con Herodes diciéndole que se hacía pasar por doctor para escribir comentarios apócrifos en los periódicos electrónicos, que no mantenía relaciones apropiadas con la dama de los augures cuyo costo aumentaba con el paso de los días, y para colmo se estaba volviendo lambón en exceso.  Con todo, más o menos esta fue la escena:

“Mire rey, le decía el fariseo de las encuestas, nadie tiene evidencias para cuestionarlo, esas opiniones que se dicen de usted son argumentos inaceptables por una razón muy simple, usted marca 95% de aceptación y el 99% del senado votaría favorablemente otra reforma, no debe preocuparse”.

Pero Herodes desconfiaba. Llevaba tiempo con ganas de escuchar otros juicios y todavía extrañaba al asesor enviado por el banco de Lusitania que había terminado en la cárcel después de un largo viaje en galera VIP. Decidió llamar a la mujer de los augures, que hacía tiempo trataba sin éxito de dividir al partido de los “adversus” y fue directo al grano: “Necesito conocer los auspicios. Como sabes ya intentamos sobornar a los “augures” pero eso me tiene bastante complicado. Hace unos días visité Samaria y me sorprendieron con el saludo, “Ave César, Ave César”, busqué en el googlum y decía: Ave, plumífero imbécil y César, romano asesinado por bruto”.  Eso no puede repetirse, espero entonces que tú me digas la verdad.”

Días después la mujer de los augures, famosa porque nunca dos de sus auspicios se relacionaban positivamente y más encima ni siquiera acertaba por aquello del ensayo y error, le dijo muy seria: “Mire Herodes, he observado varios días los pájaros, y escriben en el cielo que a usted lo han puesto en evidencia. Ahora comienza a correr el rumor de que va a consultar al fariseo de las encuestas sobre a quién debe usted salvar, si a Barrabás o al Mesías.  El asunto es que según dicen los auspicios el fariseo de las encuestas ya hizo una muestra representativa de funcionarios que apoyan salvar a Barrabás porque fue jefe de un intermedio”.

“¿Y entonces, qué me conviene hacer?” preguntó Herodes.

“Nada -contestó la mujer de los augures- sugiero ponerle atención a las noticias de Pisa”. “¿Se cayó la torre?” preguntó Herodes angustiado. “Tranquilo, Hero, tranquilo”, le contestó maternalmente la mujer de los augures. “Tiene que llevarse de mí en este tema, porque el fariseo de las encuestas le va a recomendar salir con el maletín, pero lo más conveniente es olvidarse por ahora de ese reparto y suspender la matanza de niños. Se lo digo pues se va a ver mal que los quieran asesinar luego de que en el informe nos dijeran que entre los que no saben leer, los que no entienden lo que leen y los que no suman ni restan es imposible determinar cuáles son Inocentes”.

“Pero eso está complicado, mujer de los augures. Todo el mundo dice que nacerá un niño que viene con el populismo ése de que los hombres son hermanos, que hablará de la justicia, de los pobres y su dignidad y nunca nombrará al prosoli.”

Ahí nomás la mujer de los augures cogió su cartera, pasó a cobrar y se largó. Salió convencida de que Herodes se iba a suicidar.

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